Otras historias

Parto en casa (primera parte)

Hoy os traigo una historia bastante personal. He dudado mucho si escribirla o no, pero he querido inmortalizarla ahora que lo hemos asimilado y todavía está fresca en nuestra memoria.

Todo se remonta a las navidades pasadas. Ese viaje comenzó siendo una pesadilla y aunque la segunda mitad de nuestra estancia tampoco estuvo libre de incidentes, fue mucho más feliz y tranquila. Hay dos cosas que no conté en ese post, ni en los posteriores (básicamente porque no escribí más).

En la primera parte del viaje, esa en la que parecía que no podía salir mal nada más… tuvimos un aborto espontáneo. Y en la segunda parte del viaje, esa que parecía tan idílica, nos quedamos embarazados de nuevo.

Nuestra fecha probable de parto, era bastante improbable. Como el aborto y el nuevo embarazo fueron seguidos, la ginecóloga calculó la edad del bebe por las medidas del ultrasonido. Esa edad cambió varias veces y como resultado ella y yo llevábamos cuentas diferentes.

Me gustaría decir que los nueve meses de embarazo han transcurrido con tranquilidad, pero no es así.

Según mis cálculos, el niño iba a nacer a finales de agosto. Por motivos laborales tuvimos que volver dos meses a Grecia. Regresé a España sola, con mi hijo mayor y el tiempo justo para pasar las revisiones que llevaba atrasadas. Me pasé las primeras semanas de agosto preparando la llegada del bebe. Montando cunas, lavando y clasificando montañas de ropa minúscula, haciendo un hueco para sus cosas…. Después de dos meses de parón, también había que hacer reajustes en casa, el calentador que dejamos goteando terminó de romperse y buscar un profesional, dispuesto a cambiártelo en agosto y que tenga la licencia para hacer la instalación del gas, es algo que no le recomiendo ni a mi peor enemigo. También hubo que cambiar el extractor de la cocina y acometer una limpieza a fondo.

Mi marido llegó con tres maletones de ropa sucia y tres días antes de que tuviésemos que irnos nuevamente. No os alarméis, nos íbamos de vacaciones familiares, pero eso no quita que tuviésemos tres días para lavar y preparar las maletas nuevamente, nos íbamos a pasar dos semanas fuera de casa repartidas con cada familia.

Durante las vacaciones, teníamos que volver a una revisión, porque el niño estaba de nalgas. A estas alturas de la película yo iba notando contracciones esporádicas y estaba convencida de que el nacimiento era inminente. Me dolía la espalda, caminaba con muy poca gracia y cada dos pasos se me ponía la tripa dura.

El día de la revisión, yo pensaba que iba de 37 semanas, la ginecóloga calculaba que estaba de 35. El niño ya estaba bien colocado y me citaron para monitores tres semanas más tarde. Para mí eso no tenía ningún sentido, me estaban citando cuando salía de cuentas, pero como estaba tan segura de que era cuestión de días, me fui pensando que me daba igual saltarme los monitores y que la ginecóloga era una despistada, me había dicho que nos veríamos en la semana 38… ¿?

Se acabaron las vacaciones familiares y otra vez a deshacer maletas, lavar ropa, llenar la despensa y preparar todo a contra reloj, convencidos de que no llegábamos.

Alguna noche me despertaba con contracciones, no dolorosas, pero sí molestas. Por consejo de mi hermana, me descargué una aplicación que te monitoreaba las contracciones. La usé dos noches, me recomendó ir al hospital las dos veces, según la aplicación estaba de parto. Como eso no tenía ningún sentido no fui ninguna de las veces. Pero pedí a mi madre que se viniese desde Madrid para cuidar de mi hijo mayor, porque estaba SEGURÍSIMA de que iba a nacer ya.

Llegados a este punto tengo que aclarar que, aunque era mi segundo parto, no tenía ni idea de lo que era ponerse de parto por sorpresa. Con mi primer hijo, fui a la revisión de las 38 semanas, sin haber tenido ninguna molestia ni contracción y me dijeron allí mismo que tenía el cuello borrado, estaba de tres centímetros y el niño iba a nacer en las próximas horas.

Llegó mi madre. Venía con fecha de regreso, porque tenía mil asuntos pendientes en Madrid. Pero ni con esas. Los días seguían pasando y me empecé a poner muy nerviosa. Si mi primer hijo había nacido en la semana 38 ¿por qué este pasaba de la 39? Si no me enteré de que estaba de parto hasta que no iba por la mitad ¿por qué tenia contracciones y no estaba de parto? Que sí… que cada parto es un mundo… pero me estaba sacando de quicio.

Me sentía bastante culpable de haber hecho venir de urgencia a mi madre, para pasarse las tardes en el sofá, viendo conmigo películas de Jane Austen. Se iba a ir y nacería el niño cuando ya no estuviera y no tendríamos con quien dejar a mi hijo mayor y todo sería aún más complicado.

La tarde del día 7 pasó como cualquier otra, mi madre se fue al hotel donde estaba alojada y como cada noche a la hora de dormir, noté las contracciones, pero pararon y me dormí. Me desperté porque mi hijo mayor me llamó para pedir agua. Fui a su cuarto, le dí agua y volví a la cama muy enfadada con Braxton Hicks y sus dichosas contracciones que me traían de cabeza.

Me desperté a las tres y media con una contracción y estaba esperando a ver si venían más y la cosa se animaba cuando noté como una burbuja de agua bajaba por mis piernas. Me levanté de un salto y empezó a caer agua. Mucha.

Le dije a mi marido que había roto la bolsa. «¿La qué? ¿Qué bolsa?» «¡Que ya viene!» Otro que se levantó de un salto.

¡Por fin! El líquido era transparente y, como cualquier persona que haya ido a clases de preparación al parto sabe, si el líquido es trasparente no hay prisa. Tienes varias horas antes de tener que ir al hospital. Así que me fui al baño, para no ir regando toda la casa. Desde allí llamé a mi madre. Le dije que había roto la bolsa, pero que no se preocupase, que viniese con calma que teníamos tiempo.

Luego llamé al hospital. Esto se merecería otra historia a parte… habíamos elegido un hospital privado. El mismo al que fuimos la otra vez. Todas las consultas, análisis, informes, estaban ahí, incluida la autorización de la anestesista, los resultados del estreptococo… Nosotros no teníamos ningún papel. Llamé a la matrona de guardia, porque según el protocolo del hospital, debes avisar cuando vas, para que te estén esperando. Me dijo que lo sentía mucho, pero que no podía ir, que no había camas. ¿¡Qué!? ¿Cómo te atreves a decirle a una mujer que está de parto, que se busque la vida porque no hay camas? Me dijo que me fuese a mi hospital publico de referencia. Le dije que no tengo de eso, por las peculiaridades de nuestro trabajo, nuestra cobertura es exclusivamente privada y nuestro hospital de referencia es el mismo que me estaba negando la asistencia. Le dije que no tenía ningún informe y que si al menos podía avisar a mi ginecóloga de lo que me estaba pasando. Que lo sentía y que no. Bueno, pensándolo bien, a esta matrona sí le desearía que se le estropee el calentador de agua en agosto.

Me puse a llorar. El hospital público que tenemos más cerca me parecía la peor opción del mundo. Había escuchado distintas historias cercanas de partos. Todas horribles. A ese hospital no. El otro estaba a media hora.

Me metí en la ducha mientras me daba alguna contracción, pero muy llevaderas. Mientras tanto mi marido hacía otras gestiones. Preparaba una cama para mi madre, llevaba la maleta del hospital al coche, ponía empapadores en el asiento del copiloto…

Me ayudó a salir de la ducha y me dejó en nuestra habitación. Estando ahí me vino otra contracción, algo más fuerte. Me apoyé en la cómoda y me encomendé a la imagen de la Virgen que tenemos ahí. En ese momento me vino otra tan fuerte que me quedé a cuatro patas en el suelo y ya no fui capaz de levantarme. Empezaron a venir contracciones tan fuertes y seguidas que solo pensaba en la epidural. Pero no me podia mover de esa postura, llegaban una tras otra y me vinieron unas ganas muy fuertes de empujar.

Vino mi marido para decirme que ya había llegado mi madre, que me vistiese que nos íbamos al hospital. Le dije que no, que no llegaba a ningún lado, que llamase a la ambulancia. Creo que volvió a insistir en que me ayudaban a moverme y que fuésemos al hospital. Como no estaba la cosa para abrir un debate, se fue sin más discusiones a llamar a la ambulancia.

No penséis que la conversación era una cosa fluida, me venían contracciones muy seguidas; a cuatro patas a los pies de mi cama, lo único que podía hacer para no gritar como una loca y despertar a mi hijo de una forma tan horrible, era ponerme a morder la esquina del colchón con todas mis fuerzas. Además, al tener la bolsa rota, con cada contracción salía aun más líquido amniótico.

Mi madre entró en la habitación bastante afectada, ya me había dicho varias veces en los días previos que ojalá pudiese pasar ella por el parto y ahorrarme ese dolor (cosas de madres), a pesar de haber pasado por varios partos en su momento, el dolor ajeno le impone más respeto.

Se acercó a mí con animo de consolarme un poco, pero me vino otra contracción y me puse a morder el colchón. En esas circunstancias, solo se le ocurrió ofrecerme un pañuelo para que no mordiese la cama y en esas circunstancias solo se me ocurrió gruñirla con la voz mas gutural que he puesto nunca «¡¿me tomas el pelo?!»

Se retiró y no insistió más. Recuerdo que mi marido entró cuando colgó con la ambulancia y se acercó para decirme que ya estaban en camino. En ese punto solo me salía gruñir cuando me hablaban y no quería que me tocasen. Así que mis dos ayudantes se colocaron a una distancia prudencial a mirar y murmurar muy bajito para no perturbarme.

Llegaron los de la ambulancia. Dos técnicos, una enfermera y un médico. Llegaron pensando que una parturienta histérica quería que la escoltasen al hospital. Pero yo no podía ni quería moverme de los pies de mi cama. Muy a mi pesar, que pretendía alumbrar en esa postura, tuve que dejarme subir a la cama.

Cuando miré a mi equipillo se me cayó el alma al suelo. El médico, que era el más joven de los cuatro, llegaba con una coleta larga y despeinada (venían de atender a una borracha) y se notaba un poco de tensión entre él y la enfermera.

Mi intención era empezar y terminar la historia hoy mismo, pero la entrada está quedando muy larga, se está haciendo bastante tarde y llevamos dos días limpiando vómitos infantiles, así que CONTINUARÁ…

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3 respuestas a “Parto en casa (primera parte)

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